De la hidroxicloroquina a la ivermectina para COVID-19
La pandemia continúa. El nuevo coronavirus sigue causando estragos. Las medidas sociales pueden prevenir contagios pero queremos nuestro estilo de vida de vuelta y es necesario reactivar economías. El soporte respiratorio y los cuidados intensivos pueden salvar vidas pero no queremos que los pacientes lleguen a necesitarlos. Por eso, a falta de vacuna, deseamos con fervor un tratamiento que cure, que se pueda iniciar en etapas tempranas y que evite la progresión para que no llegues al hospital ni te compliques. Por eso había optimismo con la hidroxicloroquina y la cloroquina, tanto para tratamiento como para prevención, porque parecía que evitaban la entrada del virus a las células y su posterior replicación.
Es difícil querer enfocarse en la buena evolución de la mayoría, pero es necesario. Como la historia natural de la enfermedad dicta que a la mayoría de los pacientes les va bien, podríamos darles muchas cosas, ver cómo mejoran, y decir que el tratamiento es efectivo. Y si añadimos el efecto placebo y el sesgo de confirmación, más complicado es esto. Por eso los tratamientos deben ser evaluados correctamente.
Ya habíamos descrito la historia de los antimaláricos para COVID-19. Desde entonces se han seguido acumulando pruebas de que no son efectivos hasta el punto en el que la OMS decidió cancelar el brazo de la hidroxicloroquina en su ensayo clínico masivo Solidarity y la FDA retiró el permiso para el uso de emergencia de ese medicamento. El entusiasmo que generó un estudio in vitro y unos pocos estudios observacionales con muchos sesgos se ha ido transformando en decepción.
El mismo entusiasmo, igual generado por un solo estudio in vitro y un par de estudios observacionales con múltiples sesgos, ha hecho que se recete la ivermectina, otro antiparasitario. Parecería que la ivermectina en junio es la hidroxicloroquina en abril. Desafortunadamente estamos repitiendo la historia. Hemos comenzado a manejar pacientes sin una evidencia clara de beneficio y por la entendible frustración que hace reclamar “¿entonces qué les damos?”. Al igual que con la cloroquina, algunos (¿o muchos?) se la están autorecetando y una terrible noticia reciente informó que más de 5000 personas la recibieron en un evento religioso en Perú. Debido al aumento en las recetas de ivermectina, la OPS lanzó una advertencia para que se deje de usar.
Al igual que con los antimaláricos, la ivermectina se sigue estudiando. En la plataforma L·OVE, donde se organizan más de 7,000 artículos sobre COVID-19 hasta la fecha, en este momento se pueden encontrar más de 30 estudios, prácticamente todos en proceso. No está dicha la última palabra pero, por lo descrito arriba, el uso de este medicamento debe estar controlado. Si se prescribe fuera del contexto de un ensayo clínico, lo mínimo que se debe hacer es un consentimiento informado explicando que su uso aún es experimental y sus posibles efectos secundarios, y debe registrarse y monitorearse la evolución completa de todos los pacientes. Y si es así, debemos estar atentos y tener la disposición para cambiar nuestra práctica a medida que nueva evidencia vaya apareciendo.